Veamos unas líneas de “Los anillos fatigados” que plantean, aunque desde un ángulo menos radical, esta idea:
La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios,
curvado en tiempo, se repite, y pasa, pasa
a cuestas con la espina dorsal del Universo.
Ya no es el Todopoderoso que existe por sobre todas las cosas: el tiempo le afecta, le choca como a un hombre que envejece; la naturaleza funciona por sí propia y Dios es un ente más de ella, que pasa y pasa, que nada puede hacer más que cargar el peso de ser el dios de una “Creación” que escapó de sus manos. Pero si acaso Dios decidiera no seguir más ¿dónde acabaría la espina dorsal del Universo?... La idea de un dios necesario e imprescindible, aunque endeble, ha sido pues el numen de esos versos en "Los anillos fatigados".
La Tierra, desgastada después de tanto juego del azar, da sus últimos estertores en los versos finales de “Los dados eternos”. A este punto ha llegado el planeta sólo a través de concatenados eventos casuales y causales, y hasta se podría decir que en líneas generales es un movimiento simple y natural: un rodamiento, un rodamiento que sigue una vertiente. No se trata pues de un fatalismo místico sino del destino natural de todo cuanto está impregnado de movimiento: el hueco de la inmensa sepultura.
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