jueves, 28 de julio de 2011

DOCUMENTAL DE "TV PERÚ - Sucedió en el Perú"......veanlo...se los aconsejo....!


PARTE I


PARTE II


PARTE III


PARTE IV


PARTE V

HOMENAJE POR PARTE DE GOOGLE...!

PARA LOS QUE NO LO CREÍAN.....CÉSAR VALLEJO TAMBIÉN SONREÍA...!!

CÉSAR VALLEJO............!!!!!

A los 23 años - 1915



A los 28 años - 1920



A los 42 años - 1934



A los 46 años - 1938 (en su lecho de muerte)

FOTOS DE CESAR VALLEJO







Veamos unas líneas de “Los anillos fatigados” que plantean, aunque desde un ángulo menos radical, esta idea:
La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios,
curvado en tiempo, se repite, y pasa, pasa
a cuestas con la espina dorsal del Universo.
Ya no es el Todopoderoso que existe por sobre todas las cosas: el tiempo le afecta, le choca como a un hombre que envejece; la naturaleza funciona por sí propia y Dios es un ente más de ella, que pasa y pasa, que nada puede hacer más que cargar el peso de ser el dios de una “Creación” que escapó de sus manos. Pero si acaso Dios decidiera no seguir más ¿dónde acabaría la espina dorsal del Universo?... La idea de un dios necesario e imprescindible, aunque endeble, ha sido pues el numen de esos versos en "Los anillos fatigados".
La Tierra, desgastada después de tanto juego del azar, da sus últimos estertores en los versos finales de “Los dados eternos”. A este punto ha llegado el planeta sólo a través de concatenados eventos casuales y causales, y hasta se podría decir que en líneas generales es un movimiento simple y natural: un rodamiento, un rodamiento que sigue una vertiente. No se trata pues de un fatalismo místico sino del destino natural de todo cuanto está impregnado de movimiento: el hueco de la inmensa sepultura.
Es así como Vallejo, en este poema, deja las especulaciones lógicas sobre la inexistencia de Dios, a un lado de su fe; y es así como separa las dos formas de sentir, las cuales no pudieron tener mejor síntesis dialéctica que ese mismo antagonismo presentado en un nivel más elaborado de expresión: la voz poética.
En “Los dados eternos”, se enfurece con Dios, le increpa por el sufrimiento del hombre: Tú no tienes Marías que se van. Lo acusa de incuria al decir que el hombre no es costra fermentada en tu costado, y con mayor furia en tú que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación. Interpretemos: si Dios existe, nada hace por el hombre; entonces no debiera existir: el hombre sí te sufre, el dios es él. Acaba nuestro bardo de negar a Dios. De toda su obra, es esta estrofa, estoy seguro, una de las que con más sobresalto escribió Vallejo; inmensa ira fue en ella derramada. Pasado el azoramiento de la estrofa anterior, el poeta reconócese exaltado al compararse con un condenado en cuyos ojos hay candelas; y a pesar de haber negado al Creador se tranquiliza y lo asume nuevamente diciendo Dios mío, prenderás todas tus velas (será entendido más adelante por qué es este una acto de pura fe). Aparecen en esta estrofa dos metáforas cuyos respectivos términos reales son: las estrellas (término figurado: las velas) y el azar (término figurado: los dados)[1]. Juntas simbolizan el papel que juega la casualidad en el desarrollo del Universo. Notemos que dice viejo dado; se trata pues, en realidad, de un dado tan viejo como el propio Universo. Subordina los fenómenos del mundo a la casualidad, que no es casualidad pura. En lo particular son cada uno de infinitud de eventos, las penas de los hombres, las miserias materiales y espirituales, las exiguas alegrías…, los que contienen a la casualidad en sus interrelaciones; pero en el plano de lo universal conducen hacia un único destino necesario y determinado: la muerte, aparentemente con un fatalismo místico:
… surgirán las ojeras de la muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.
Más en la última estrofa se manifiesta la dialéctica del pensamiento de Vallejo: la unidad entre lo casual y lo necesario. La imagen de la tierra entendida como un dado romo que perdió las aristas encaminándose hacia un destino final, es símbolo de dos cosas. Primero, la Tierra es el dado: materia y azar inseparables; el marxismo en su filosofía de la naturaleza declara que las categorías de lo casual y lo necesario son intrínsecas de la materia, viva o inanimada; los dados que la rigen son impulsados por el mismo devenir de aquélla. Y, segundo, merced al azar y a través de él se llega a un nivel más general de desarrollo en que el azar se pierde, nivel que escapa del poder del propio Dios: ya no podrás jugar, un Dios que en realidad nunca tomó determinación alguna, sólo tiraba los dados, ¿habría tenido entonces algún papel fundamental para con la existencia y desarrollo del Universo? Algún suspicaz diría que sí: tirar los dados, pues si no Dios, ¿quién los va a tirar?, que Él permite el libre albedrío. Pero el poeta ni siquiera le confiere el papel de única fuerza impulsora de ese azar; así, al decir jugaremos con el viejo dado, asume que el hombre, parte de la Creación, también tira los dados; entonces, si la Creación por sí misma es capaz de tirar los dados que determinan su destino… ¿necesitó la Creación al Creador? Nuestro suspicaz amigo diría que el hombre ayuda a tirar los dados por ser consciente a imagen de Dios, pero que el resto de la materia no, de modo que el dado que la rige sería tirado por Dios, y que como el hombre vino “del polvo”… Ante este argumento sólo cabría recordarle el significado de la identidad Tierra-dado visto líneas arriba. Seamos más suspicaces que él: dice el poema ya no podrás jugar en singular, mientras que la Tierra no ha de parar sino en un hueco. No dice que ya no podremos jugar, en plural: Dios pierde el poder, el eterno devenir se lo queda. El propio título del poema, que confiere a los dados la cualidad que es normalmente atribuida a Dios, ya estuvo esto diciendo. Volvamos a preguntarnos si necesita al Creador la Creación. Resulta claro que sólo es mencionado aquél por un acto de fe. Y debió de ser esta pregunta de obvia respuesta uno de los motivos por los que el gran maestro Manuel González Prada, ferviente impío, aplaudiera con más entusiasmo esta emoción bravía y selecta del Vate Peruano (por antonomasia).